El PIB, el IPC o la tasa de paro no cuentan toda la realidad sobre la economía
Nuevos indicadores comienzan a ganar terreno usando más variables
Medir el bienestar de una sociedad y ponerle una nota es una de las tareas más difíciles a las que se enfrentan los economistas. El PIB, el IPC (inflación) y la tasa de paro son las varas de medir más famosas y usadas hasta la fecha. Sin embargo, estos indicadores son cada vez menos fiables para describir el estado real de una economía y, sobre todo, el bienestar de una sociedad. El PIB (todos los bienes y servicios producidos en un año) puede ser muy grande y crecer muy deprisa, pero eso no es sinónimo bienestar si ese crecimiento se reparte de forma muy desigual. Por ello, otros indicadores menos conocidos empiezan a ganar terreno para, al menos, complementar a las medidas tradicionales. Son indicadores que empiezan a ponderar otros factores como la calidad del aire, de la sanidad o la desigualdad en una sociedad para analizar el bienestar.
El crecimiento del PIB ha perdido importancia en un mundo en el que la desigualdad de rentas y de riqueza se expande. La producción de bienes y servicios puede crecer muy rápido sin beneficiar a una parte relevante de la sociedad, generando grandes desigualdades que se pueden incrementar si la sanidad y la educación no son de calidad y no llegan en la misma medida a todos los deciles de renta.
Desde 2011, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publica el Índice para una Vida Mejor (Better Life Index). Los factores que pondera incluye las rentas por familia y su riqueza financiera, condiciones de la vivienda, seguridad laboral, desempleo, calidad del medio ambiente, del agua, apoyo social, felicidad de la población, compromiso cívico, seguridad, salud y equilibrio entre ocio y trabajo. Un índice muy completo por todas las variables que analiza.
España aparece en la parte media alta de este índice (solo analiza a los países desarrollados) que está encabezado por Noruega y cerrado por Sudáfrica. España se encuentra justo por detrás de Francia y, sorprendentemente, por delante de países como Japón o Italia, naciones que superan a España en renta per cápita. España suspende en ingresos, empleo y compromiso cívico. Por el contrario obtiene una evaluación muy elevada en seguridad, salud y balance entre la vida y el trabajo.
El Índice de Desarrollo Humano de la ONU utiliza una fórmula similar ponderando la esperanza de vida, la educación a través de los años de escolarización y la renta per cápita. En este indicador España aparece algo más rezagada en un discreto vigésimo quinto puesto, por detrás de Eslovenia y por delante de la República Checa. No obstante, el país que lidera este ranking vuelve a ser Noruega, seguido de Suiza, Irlanda y Alemania. A la cola aparecen Níger y la República Centroafricana. Frente al Better Life Index, éste analiza casi todos los países del mundo.
La desigualdad gana terreno a medida que la tecnología amenaza algunos de los puestos de trabajo
Otros indicadores que están ganando fuerza son los puramente relacionados con la desigualdad en la distribución de la renta o la pobreza. Sin embargo es necesario complementar estos datos con otros medidores porque por sí solos no son un indicador del bienestar de una sociedad. Uno de los más usados es el coeficiente de Gini, que analiza la desigualdad en la distribución de la renta, siendo el valor uno la máxima desigualdad posible (toda la renta se la lleva un individuo) y cero la redistribución perfecta (todos tienen los mismos ingresos anuales). El coeficiente de Gini más alto del mundo está en Sudáfrica con un 0,63 y las Seychelles con un 0,66, mientras que los más bajos están en los países nórdicos, Eslovenia y algunas repúblicas de la antigua Unión Soviética, con valores entre 0,23 y 025. En España la desigualdad es de 0,332, por encima de la media de la zona euro (0,30).
Muy relacionado con la calidad de vida de las personas están los precios de bienes y servicios de una economía, que junto a los salarios determinan el poder adquisitivo de esa sociedad. El IPC es el medidor más extendido para evaluar los precios, pero tampoco recoge toda la panorámica, mientras que el deflactor del PIB (una alternativa) tiene en cuenta un mayor número de componentes. El cálculo de IPC se realiza analizando los cambios de precios de una cesta con 479 artículos creada por los institutos de estadística. Estos bienes y servicios son considerados como muy importantes para el consumidor medio. Además, cada grupo y artículo tienen una ponderación que determina Eurostat (agencia de estadística de la Comisión Europea) para el índice armonizado de la zona euro. De modo que este es un indicador artificial que solo analiza una serie de bienes y servicios elegidos en función de los patrones de consumo. El mayor peso dentro de esta cesta la tienen los alimentos y las bebidas no alcohólicas con cerca de un 20% de ponderación, seguido del transporte con un 14,6%.
Por el contrario, el deflactor tiene en cuenta la variación conjunta de los precios de todos los bienes y servicios finales que se producen en una economía. Este indicador es el productor de dividir el PIB a precios corrientes entre el PIB a precios constantes, es decir, se usa para calcular el crecimiento real del PIB, que elimina el efecto distorsionador de los precios. Esa diferencia entre PIB real y PIB nominal es el deflactor. Aunque el deflactor ofrezca una panorámica más amplia, el IPC pone el foco en la cesta media del consumidor medio, por lo que sus movimientos son más representativos. El IPC anual se estableció en el 0,8% en España en el mes de diciembre, mientras que el deflactor del PIB está en el 1,6%.
El mercado laboral es otro de los pilares para mantener el bienestar de la población. La tasa de paro es el indicador más utilizado para determinar si este mercado funciona bien, mal o regular pese a que por sí sola muestra una imagen muy incompleta, por ello es mejor echar un vistazo también a la tasa de empleo o el empleo a tiempo parcial involuntario. Los incrementos de la tasa de paro no siempre son sinónimo de destrucción de empleo, mientras que las reducciones de la misma tampoco tienen por qué implicar la creación neta de trabajo. La tasa de paro evalúa el porcentaje de la población activa que no encuentra empleo, por lo que deja absolutamente olvidada a las personas que han salido de la población activa, por los motivos que sean.Cuando la tasa de paro no dice la verdad o simplemente no sirve para evaluar el mercado laboral
Es decir, millones de personas podrían haber dejado de buscar trabajo activamente (desanimados o personas que prefieren no trabajar) por lo que dejarían de formar parte de la población considerada como activa. Esta situación mostraría de forma evidente que el mercado laboral está enfermo, sin embargo la tasa de paro en esta ficticia sociedad podría ser relativamente baja si la población que sí busca trabajo es escasa. Un elevado porcentaje de trabajadores a tiempo parcial involuntario (quieren trabajar más horas) también evidencia un mercado laboral que no está generando la suficiente demanda de factor trabajo (trabajadores), generando precariedad y subempleo.
La tasa de empleo es mejor indicador que la tasa de paro porque considera a la vez la población potencialmente activa (entre 15 y 64 años según Eurostat), analizando así a la vez la tasa de actividad (que es la población que está dispuesta a trabajar en una economía), y la propia tasa de paro. Un buen ejemplo la abismal diferencia entre la tasa de paro entre Francia (8,6%) y España (14,3%). Sin embargo, la tasa de empleo de la población entre 15 y 64 en España es del 63,5% y en Francia del 65,5%, lo que evidencia que la situación no es tan mala en España ni tan buena en Francia. La fuerte diferencia entre las tasas de paro se debe, en parte, a que la tasa de actividad en España es del 73,4% (personas que buscan trabajo activamente) y en Francia del 71,7%, lo que distorsiona la tasa de paro, pero no la tasa de empleo.
Toda esta amalgama de indicadores no suelen aparecer en los medios de comunicación masivos, pero resultan fundamentales para obtener una panorámica real del bienestar de la población, sobre todo ahora que las sociedades muestran una tolerancia menor por la desigualdad o la contaminación en los países desarrollados.